jueves, 24 de septiembre de 2009

Práctica CIE ficción 1: Continuación de "La lección china"

Este es un final para el relato de A.M. Homes "La lección china", un relato que se puede encontrar en el libro "Cosas que debes saber". En resumen: Geordie es un pobre hombre que vive con Susan, su mujer china pero que no acepta sus raíces y con la que apenas tiene algo en común; Kate, su hija pequeña; y con la señora Ha, la suegra, una viejilla con alzheimer que siempre se anda escapando de casa. Para tenerla siempre localizada le implantaron un chip. No hay mucho más. Geordie odia a Susan, ésta le odia a él... Disfrutad de mi versión del final. He querido darle un poco de felicidad al pobre Geordie, aunque no demasiada porque sino eso sería poco realista.

TABULA RASA

Un día me harté y huí. Fue más difícil escapar de mi casa que de Guantánamo. No por Susan, sino por Kate. Sé que hice mal, pero todo llegó a un punto en el que se hacía imposible la poca convivencia que teníamos. Volví a Riverside, mi antiguo hogar. Lo que hice fue algo cobarde, egoísta y le hice daño a mi hija; pero tuve que hacerlo, y la verdad, no me arrepiento.
Llamaron a la puerta. Cuando la abrí me llevé una gran alegría.
–¡Hola, papá!
–¡Hola, cariño! –dije mientras abrazaba a Kate–. ¿Te ha costado mucho encontrar la casa?
Kate me había llamado días antes para quedar y tener una charla. No sé cómo logró contactar conmigo después de tantos años, sólo sé que me hizo muy feliz.
–¡Qué va! –exclamó con una sonrisa–. Ha sido pan comido.
–Has crecido mucho. Dentro de poco serás tan alta como Sherika.
–Los años pasan, papá –suspiró–. ¿Y qué tal con Helen?
La conduje a la cocina y nos sentamos. Le serví un poco de refresco, parecía cansada. Luego empecé a hablarle de mi nueva esposa.
–Helen es una mujer estupenda. Con ella, ahora soy feliz.
–Si mamá no te hacía feliz... ¿por qué te casaste con ella?
Reí. Qué directa. No sabía qué contestar, era una pregunta complicada. Kate ya no era la niña de antes, ahora iba a la universidad. Había venido en busca de respuestas, algo comprensible a su edad. Me marché sin decir nada, sin una explicación, aunque seguramente ella se imaginaba qué pasó.
–Esa es una buena pregunta, cariño. ¿Te lo han enseñado en la escuela? –bromeé–. Creo que fue la única mujer que me hizo caso, creí haberme enamorado de ella. Tampoco quería quedarme solo en la vida.
–¿Tan desesperado estabas de joven? –Notaba una sonrisa en la cara de Kate.
–¿Sabes que una novia que tuve, tras dejarme, se metió en una secta?
–¡Vaya! Eso tuvo que deprimirte la hostia.
–Así es la vida, Kate. Siempre soñé con estar con alguien especial, que me entendiese. El único vínculo con Susan eras tú. Como comprenderás, no era fácil decile adiós. Pero tampoco quería acabar con un chip en el cuello.
Nos echamos a reír. Susan siempre me había parecido una maniática del orden, pero cuando le puso el chip a la señora Ha fue el clímax de su vesania. Al principio todo iba bien entre nosotros, Susan parecía interesante. Sin embargo, apenas teníamos cosas en común y, por si no fuera poco, nuestra vida carecía totalmente de emoción... ¡Puf! Todo se convirtió en rutina pura y dura. Eso sin contar con la inclusión de mi suegra en la familia y la mudanza a un barrio solitario y alejado de la mano de Bloomberg.
–Veo que te va bastante bien –comentó la chica.
–No genial, pero mi vida ha mejorado bastante. Si mi trabajo no fuese tan tedioso... Y bueno, ojalá vinieses más por aquí. Deberíamos pasar más tiempo juntos.
–Sí, a mí también me gustaría. Me encanta esta ciudad. Estoy harta de Maple. Creo que es el lugar más aburrido de la tierra.
–Ahora te llevaré a Central Park, allí hemos quedado con Helen.
–Bien. Tengo muy buenos recuerdos del parque. Quién pudiera volver a ser una niña otra vez... Era ignorante y no me enteraba de los conflictos generacionales. Felicidad total.
–Si yo te contara... Lo mío fue muchísimo peor. Creo que nunca te lo he hablado de ello.
–Ahora por el camino puedes ponerme al día.
Kate se levantó y ambos nos dirigimos hacia la puerta. Ella fue la primera en salir de casa, se la veía con ganas de pasar una tarde en Manhattan. Mientras estaba de espaldas me fijé en algo en su nuca, junto a su pelo. Un chip.
“Puta Susan”, pensé. “Qué loca está”. Cerré la puerta y bajamos a la calle.

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