lunes, 25 de mayo de 2009

Práctica de CIE 11: Narración libre (1000 palabras)

Mi perro Tom

Paul siempre se levantaba a las diez de la mañana. Tal precisión no era gracias al despertador, sino que se debía a su perro Tom. Todos los días le despertaba lamiéndole los dedos de su mano, que quedaba sobresaliendo todas las noches de la cama. Tras esto, empezaba a saltar, a ladrar y a corretear por la habitación. Siempre hacía lo mismo a esa hora: era como un reloj; lo cual servía de utilidad para llegar pronto a clase.

Tom estiró con fuerza de la manga del pijama a su dueño y éste empezó a salir de su modorra con dificultad. El chucho comenzó a ladrar con fuerza y a revolcarse por la moqueta.
––Veo que tienes muchas ganas de salir, ¿eh? ––señaló Paul.
El adolescente soñoliento se fue poniendo con parsimonia la ropa para bajar a la cocina. Sus padres le esperaban allí. Su madre estaba cocinando mientras su padre hundía tranquilamente los cereales en la leche con la cuchara.
––¿Qué tal está hoy mi chico? ––le preguntó su madre.
––Muy bien. Más tranquilo después de hacer el examen. Siento que me he quitado un gran peso de encima.
––Me alegro. Hoy a descansar, te lo has ganado.
––¿Puedo llevar a Tom al parque? Creo que tiene muchas ganas de salir.
––Sí, últimamente está que no para quieto; será mejor que lo lleves a dar una vuelta.
Al oír eso, Tom se puso muy contento y empezó a saltar de alegría. Al fin podría estirar las patas. Llevaba encerrado en la casa una semana debido al infernal examen de Paul.

El parque era el único espacio verde de la ciudad. Mucha gente llevaba allí a sus perros para que paseasen, jugasen y se relacionaran con otros perros. La gran mayoría de habitantes de Dharmaville City tenían uno. Eran la mejores mascotas del mundo, y las únicas. La contaminación, la superpoblación y sobre todo la Tercera Guerra Mundial habían acabado prácticamente con todos los animales a excepción de los perros. Aún quedaban muchos vivos, pero en zonas donde no interesaba, partes recónditas del mundo en las que no valía la pena vivir.
––¡Vaya! Qué can tan bonito tienes, Paul ––dijo Leela.
Era Leela, compañera del colegio. No era ni la chica más popular ni la más rara. Aun así tenía un halo especial. Una esencia que hacía de ella una gran muchacha. Desde siempre, Paul se había sentido atraída por ella, aunque él era demasiado tímido como para decirle nada.
––Gracias ––contestó orgulloso––. Lo cuido muy bien. El tuyo también está genial.
––La tuya ––corrigió––. Es hembra.
––¡Ah! No me he dado cuenta. Sí... las hembras tienen...
––Sí, como tetillas... ––dijo la chica con timidez.
No continuó la frase al ver que ambos estaban poniéndose colorados de la vergüenza. Acto seguido los dos se pusieron a reír.

Sus respectivos perros estuvieron jugando un rato por el parque mientras los dos tortolitos charlaban sobre el examen que habían tenido el día anterior. Apenas se apartaban la mirada uno del otro, y esto fue aprovechado por los dos perros para esconderse de sus dueños y tener un lugar de intimidad entre los arbustos. Allí se escondieron y empezaron a articular palabras de forma inteligible.
––Es seguro. Aquí podemos charlar ––dijo Tom.
––Hacía mucho tiempo que no hablaba... ––contestó Jenny, la perra.
––Sí. A muchos les pasa.
––Conozco a uno que tiene un amigo que ya ha dejado de hablar, se le ha olvidado completamente.
––Es lo que pasa si no conversas con nadie.
––Pero ya sabes que pasaría si nos viesen conversando aquí, como si nada.
––Lo sé. Informarían a los guardias y nos ejecutarían. Odio esas estúpidas reglas, nos tratan como si fuésemos perros, joder. Como si nos gustase ser las mascotas de los jóvenes de ahora.
Paul y Leela buscaban a sus perros entre la fronda del parque. Apartaron un par de ramas y allí les vieron. Observaron detenidamente como movían sus bocas y articulaban sonidos. Sus canes estaban departiendo en su mismo idioma.
––¿Cómo es que podéis...? ––preguntó Paul, incrédulo.
––Por favor... ––comenzó Tom––. No se lo digáis a nadie. Nos matarían.
––¿Qué? ¿Por qué?
––Lo tenemos prohibido ––dijo nerviosa Jenny.
––No entiendo nada... ¡habláis! ––exclamó Leela.
––Tu raza nos prohibió hablar hace muchos años. Desde entonces nos comunicamos en secreto. Tratamos de ser discretos. Muchos han sido detenidos y fusilados por ello.
––Y yo que pensaba que erais simples mascotas de compañía ––comentó Paul.
––¿Simples mascotas? ––el comentario molestó un poco al perro––. Déjame decirte algo. Nosotros estamos aquí millones de años antes que vosotros. Hemos pasado por mucho. Guerras, caos, pérdidas. Construimos un gran imperio. Pero llegasteis vosotros y acabasteis con él. ¡Pum! Todo se deshizo. Nuestra raza perdió la lucha y fin.

Paul llegó a casa esa tarde bastante desconcertado. Una de sus verdades inquebrantables se había desplomado como un castillo de naipes. Los chuchos antes eran una raza muy superior que luchó contra ellos. No se lo podía creer. Hasta tenían un lenguaje propio que fue robado por sus antepasados. Prometió a Tom no contar nada a nadie, aun así debía ahondar más en el tema, le picaba la curiosidad. Fue a donde su padre, que había leído mucha historia. Trató de sonsacarle información durante la hora de la comida.
––Papá... ¿qué sabes de los perros?
––¿A qué te refieres? ––contestó su padre dubitativo, mientras cortaba la carne con tranquilidad.
––A su pasado.
––No sé... siempre han sido mascotas. Animales de compañía que nos ayudaban. Bueno, en el pasado no. Antes nos los comíamos. Tras la guerra no quedaba mucho que comer.
––Yo me refiero a su inteligencia. ¿Antes eran listos? ––Paul bebió un sorbo de zumo.
––Hay rumores... se dice que eran una civilización muy avanzada y que tenían un gran imperio. Que los perros controlaban todo el planeta. De hecho, hay teorías que afirman que nuestro lenguaje proviene del suyo. Muchos científicos dijeron que, entre ellos, se hacían llamar...
––¿Cómo? ––preguntó interesado el niño.
––¿Cómo dijeron? ––el padre pensó durante un momento hasta que se acordó de la respuesta––. ¡Humanos! Así es. Antes se llamaban humanos ––vio que el vaso de Paul estaba vacío––. ¿Un poco más de zumo?

Práctica de CIE 10: Final Prefijado (600 palabras)

Relato de CIE carente de interés alguno en donde, a partir de un final, debía construir una historia. No se me ocurrió otra que esta gilipollez. Disfrutadla xD.

Cómo superar la crisis y no morir en el intento

Arturo no se lo podía creer, su vida había dado un giro inesperado de la noche a la mañana. Lo habían echado del trabajo, su cuenta corriente estaba en números rojos, su gato decidió suicidarse... “Todo es culpa de esta maldita crisis”, se lamentaba en su pequeño piso de las afueras. Su mujer, Raquel, era ahora la que traía el dinero a casa gracias a una tiendecita de alimentación. Aun así, con sus mínimos ingresos, sabía que dentro de poco no tendrían para pagar el alquiler. Ésta no era la vida que Arturo deseaba. Estaba deprimido, tirado en su desvencijado sillón. Miraba con ilusión una vieja postal de Phuket, en donde conoció a Raquel hacía ya diez años.

Llamaron a la puerta. Se levantó del sillón y la abrió. Era Miguel, su mejor amigo. Le recibió sin mostrar el más mínimo ápice de alegría. Los dos se sentaron en la mesa de la cocina a planear cómo salir de su crítica situación financiera. La idea de Miguel fue propuesta al principio en plan de broma; aunque, ahora, dadas las circunstancias, resurgía de nuevo el hecho de llevarla a cabo. Se trataba de realizar un secuestro. Arturo debía raptar a su mujer y hacer que su avaricioso tío pagara el rescate. El tío Rodolfo no era una persona rica, pero tenía bastante dinero ahorrado en el banco, lo suficiente como para irse al extranjero y alejarse de la crisis, comenzando una nueva vida. El problema era que él y Raquel se llevaban muy mal; aun así debían arriesgarse, no quedaba otra opción.

A la mañana siguiente cogieron todo el equipo. No disponían de mucho dinero, así que sólo pudieron conseguir dos pistolas del Toy Planet y un par de pasamontañas hechos con las cortinas del cuarto de baño. Se dirigieron a la tienda rápidamente y entraron.
––¡Al suelo! ¡Esto es un atraco! ––gritaron a la vez tratando de disimular sus voces.
Sin embargo Raquel se encontraba ya con las manos levantadas. Un atracador se les había adelantado.
––¡Eh! ––les gritó––. Éste es mi robo, idos a otra parte.
––¡Lárgate tú! ––le increpó Arturo––. Nosotros llevamos planeando esto mucho tiempo.
––¿Y crees que yo no? Acabo de robar en diez establecimientos seguidos, estoy tratando de batir el récord. Soy un profesional.
Miguel, harto de discutir, golpeó al ladrón dejándolo inconsciente. Tras eso, ambos se dirigieron a donde Raquel, que estaba escondida bajo el mostrador. Arturo fue a por ella tratando de no hacerle daño; sin embargo, ella sacó una sartén (no se sabe de dónde) y le propinó a su marido varios golpes en la cabeza. Miguel tuvo que intervenir para interceptar a la mujer y calmar la situación.

Trataron de salir de la tienda con la mujer pero vieron, justo enfrente, un coche de policía aparcado. Los dos “maderos” se encontraban tomando un café, apoyados sobre el lateral del coche. Arturo y Miguel no tuvieron más remedio que volver a la tienda. Era, sin duda, el peor rapto de la historia. No sabían qué hacer; decidieron esperar un poco. El ladrón seguía inconsciente en el suelo; miraron en su mochila, quizá pudiese tener algo útil. Efectivamente, su contenido los dejó sin respiración.
––¿Cuánta pasta hay aquí? ––preguntó Arturo sorprendido.
No se lo creía, estaba totalmente alucinado. El ladrón había cometido varios robos ese día y llevaba su botín completo en la mochila. “Menudo golpe de suerte”, pensó lleno de alegría. Lamentablemente, quedaba salir de aquella situación sin que los pillase la policía.
––Ésas no serán mis cortinas, ¿no? ––dijo Raquel, airada, mirando al secuestrador.
Tiró del pasamontañas de Arturo y le vio el rostro.
––Puedo explicártelo, cariño.
––¡Tú! ¡Has jodido las cortinas que hizo mi madre! ––gritó la mujer.
––Era para una buena causa...
––¡Para secuestrarme, so capullo! Yo a ti te mato.
––Sólo quería que tu tío nos pagara el rescate, nada más.
Raquel les dio varias bofetadas a cada uno y los echó de la tienda. Fueron a un hotel a repartirse el dinero ante el temor de que los viese la policía.

Arturo se miró al espejo de la habitación del hotel en el que se alojaba y sonrió. ¡Qué grande eres, lo has conseguido!, pensó. Ahora podría cumplir su sueño de ir a vivir el resto de sus días a Phuket, en Tailandia, el lugar más bello que había conocido. El único obstáculo que le quedaba era convencer a su mujer, Raquel, para que fuera con él. No sería fácil, estaba indignada después de la jugarreta que le había hecho.

lunes, 18 de mayo de 2009

Práctica de CIE 9: Conversaciones (500 palabras)

Una charla eventual

Estaba en una aburridísima cena con mis tíos cuando dos hombres entraron en el restaurante. Desde el primer momento noté que no eran personas normales. Se sentaron justo detrás de mí, en una mesa pequeña. Pidieron lo que querían tomar a un camarero y empezaron a hablar en bajito.

—No sé… no estoy muy convencido de lo que dices —discrepó dubitativo uno de ellos, el de bigote.

—Hazme caso, no es tan extraño —contestó el otro tipo.

—Ya sabes que no tengo ni idea de esas cosas.

—Ése es el problema, ¡la terminología! Estoy seguro que tras unos ejemplos aclararé todas tus dudas.

—En serio, Doc, déjalo —al parecer, el otro era doctor—. Si tú quieres creer en esas cosas, bien por ti. Yo no he estudiado física ni nada parecido. En el colegio un poco, supongo —no lo dijo muy convencido.

—Si tuvieses una... ¿qué harías con ella?

—Espera —bajó su mirada para ocultar una sonrisa—. Seguimos hablando de una máquina del tiempo, ¿no?

—Por supuesto. ¿A dónde irías? ¿Pasado o futuro? O quizá…

—Mira —interrumpió—, Stephen Hawking dice que eso es imposible. En uno de los libros que me dejaste leí que si se pudiese hacer una máquina del tiempo ya habríamos tenido visitantes del futuro o algo parecido.

—Cierto. A no ser que se creen universos paralelos con cada cambio.

—¿Estás hablando de otras dimensiones?

—En realidad no. Otras dimensiones serían átomos en distinta frecuencia, mundos paralelos a este, pero subyacentes: cielo, infierno, donde habitan los fantasmas… —puso cara de loco al decir esto— yo te hablo, mi querido amigo, de futuros alternativos.

—¡Venga ya! —exclamó el bigotudo— No me creo que existan miles y miles de planetas Tierra en donde todo se ha vuelto diferente porque un día nos movimos un poco más hacia la izquierda.

—La otra opción sería “lo qué pasó, pasó”. En otras palabras, que si viajas en el tiempo es porque es tu destino en la historia. Todo está escrito y hacemos lo que hacemos porque así debe ser. Sin embargo, esta teoría tiene muchas incongruencias.

—¿En serio? —le espetó, con ironía.

—La paradoja del abuelo, por ejemplo. Viajas al pasado y matas a tu abuelo. ¿Qué sucedería entonces? Cortarías de raíz todo el eje espacio-temporal. Tu padre no habría nacido, ni tú tampoco. Desaparecerías del universo. Sinceramente, no tiene ningún sentido.

—Joder, qué lío. Desde que ves esa serie estás todo el día igual.

Perdidos es una gran serie, si no fuera por ella no me habría aficionado tanto a los viajes en el tiempo. Por cierto, vámonos ya a casa que echan otro episodio esta noche. No me lo pienso perder.

—Pues vamos a llegar tarde, lástima que no existan máquinas del tiempo…

domingo, 10 de mayo de 2009

Relato - MK-ULTRA

La puerta del despacho oval se abrió de repente. Un hombre uniformado entró y se dirigió a la mesa central, donde se encontraba el presidente Gordon leyendo varios informes.
––Señor, estos son los últimos datos de inteligencia.
El presidente dejó lo que estaba haciendo, los cogió y abrió la carpeta que le entregó el hombre. En su interior pudo ver varios papeles y fotografías donde se detallaban mapas y gráficas. La expresión del presidente de los Estados Unidos fue de frialdad absoluta, sabía que ponía en ese informe era malo, muy malo, pero debía mantener la calma. Era el dirigente de un país al borde de una guerra nuclear con Corea del Norte.
––¿Sabe lo que significa eso, señor presidente?
––Sí... ––contestó de mala gana–– ¿Es fiable la información?
––Cien por cien. Los coreanos nos están apuntando con bombas nucleares. Es un acto de guerra. En su ultimátum piden que cedamos.
––No voy a dejarles anexionarse Corea del Sur. Tampoco quiero empezar una jodida guerra nuclear. China les apoya. Comenzaría una tercera guerra mundial.
––Por eso le pido que nos autorice a lanzar bombas nucleares sobre Corea del Norte. Antes que ellos lancen las suyas.
––Adelante ––concluyó tras deliberar unos segundos.
Firmó una hoja y se la tendió al tipo uniformado. Justo en ese momento se puso sus gafas de leer y hojeó varios documentos de la carpeta.

Trató de concentrarse en la lectura pero la idea de lo que acababa de hacer le remordía la conciencia. Sería recordado por la historia como el presidente que empezó la Tercera Guerra Mundial, probablemente la guerra definitiva, en la cual el uso masivo de bombas atómicas destruiría totalmente el mundo tal y como lo conocemos. ¿Sería este el apocalipsis del que hablaban los profetas? La puerta del despacho oval se cerró tras el tipo uniformado y el presidente Gordon se quedó solo.

Su mano temblaba. Por primera vez en todo su mandato sentía un nerviosismo intenso; se encontraba cada vez peor, la cabeza le daba vueltas. De repente, un vómito le vino a la garganta. “¿Qué me pasa?” pensó. “Debo avisar a un médico”.

Poco a poco dejó de notar su cuerpo. Éste se le hacía cada vez más pesado. Movía las piernas lentamente, como si fuese un buzo de los años 50. La mente perdía lucidez a cada momento pero, curiosamente, se le iba pasando todo el dolor. Ahora estaba como flotando dentro de un cuerpo que no le pertenecía, se sentía en el cielo, en otro estado de la materia. Veía a través de su cuerpo pero como a más distancia. Ya no era él, no podía controlar su cuerpo.

El presidente empezó a recuperar la movilidad, pero no la voluntad. Caminó hacia la puerta de salida. Él no estaba moviendo nada, no quería hacer eso, lo único que quería era sentarse en su sillón a rezar por que todo saliese bien. Sin embargo, estaba siendo conducido por alguna clase de poder. “Yo no me estoy moviendo, no quiero moverme””¿Qué mierda le está pasando a mi cuerpo?”. Hacía fuerza tratando de detenerse pero no podía. Abrió la puerta y salió del despacho oval. Se acercó directamente a donde se encontraba su secretaria.
––¿Dónde está Matthew? ––le preguntó el presidente. Matthew era el tipo uniformado.
“¿Qué? Yo no he dicho eso.¡Para! ––le exigió al cuerpo––. ¡Te ordeno que pares!”.
––Acaba de salir, irá a la sala de reuniones ––le contestó amablemente la secretaria.
––Gracias, puta ––contestó el presidente sonriendo.
––¿Perdone? ––dijo la secretaria sorprendida.
––Es usted una puta cerda guarra y sucia. Ya me ha oído, ya. ¿Para cuando tendremos sexo oral en el despacho oval?
El presidente siguió su camino buscando a Mathew mientras dejaba a la secretaria con la boca abierta frente al ordenador. “No, no, no. Yo no he dicho eso. Lo siento, señorita Pace, lo siento mucho. No soy yo. Estoy siendo poseído, llame a los guardias”. Pero no le oía nadie, sólo podía pensar.
––¡Matthew! ––el presidente le vio por el pasillo y le hizo detenerse––. Venga aquí.
––¿Señor presidente?
––Deme la hoja ––ordenó.
Matthew la sacó de su carpeta sin rechistar. El presidente la cogió y la rompió en mil pedazos. Luego dio media vuelta y empezó a caminar por el pasillo a trompicones.
––Señor, ¿qué ha hecho? ¿No atacamos a Corea?
El presidente se volvió hacia él.
––Corea es un gran país, no permitiré que unos sucios capitalistas lo bombardeen.
Matthew puso cara de circunstancia ante lo que acababa de decir el presidente de los Estados Unidos de América. ¿Sucios capitalistas? ¿Eso era lo que pensaba el máximo líder del país más capitalista del mundo? ¿Qué estaba ocurriendo? Matthew vio que algo iba mal, algo le pasaba al presidente.
––Señor, ¿qué le pasa? ¿ha tomado... algo?
––Estoy perfectamente, nunca he estado mejor. Gracias por preguntar.
––Voy a avisar al General Carrington de su decisión ––declaró Matthew.
El presidente fue hacía él y, sin mediar palabra, le propinó varios puñetazos en la cara. Uno detrás de otro, con toda la fuerza que pudo. Gordon no sentía ni el más mínimo dolor cuando sus puños golpeaban la cara de su asistente. Trataba de detenerse pero en balde, ese poder de sugestión era mucho mayor que sus fuerzas. Vio, sin evitarlo, como su nariz se hundía en su cara mientras se iba formando un charco de sangre en el suelo.

Entonces aparecieron dos hombres por el pasillo, sorprendiéndose al instante al ver el panorama. Gordon cogió la pistola de Matthew y les apuntó. Disparó varias veces acertándole a uno en el pecho. Éste cayó fulminado contra la pared del fondo mientras el otro, esquivando los disparos, se escondió en el pasillo perpendicular. Gordon huyó a todo correr en dirección a su despacho.

La secretaria le preguntó qué habían sido los disparos y, cuando se percató de la sangre y de la pistola en su mano, saltó de la silla y se largó como pudo. Sonó la alarma en el interior de la Casa Blanca. Gordon no podía creer lo que acababa de hacer. Sabía que no era él, sin embargo, no le creerían y en cuanto le viesen le matarían. Sus piernas se movieron en dirección al despacho oval. Una vez dentro, cerró la puerta y se dirigió hacia la ventana. Podía oír perfectamente a la secretaria gritar, seguramente estaría llamando a los guardias. Éstos no tardarían en llegar.
Rápidamente abrió la ventana más próxima y miró el exterior. Washington estaba de noche, la Luna llena se reflejaba en su cara. La pierna derecha de Gordon se apoyó en el sillar de la ventana, mientras que con la otra salía al alfeizar. Miró abajo. Eran cuatro pisos de caída.
“No, por favor ––pensaba Gordon para sí––. No quiero morir, no quiero....”

Saltó. Para Gordon apenas fueron unos segundos. Ni siquiera sintió nada, es más, no se dio cuenta hasta pasados unos instantes. Se vio chocando contra el cemento de abajo, pero no había dolor. Sólo sangre, mucha sangre salía de su cabeza. Él tenía los ojos abiertos, era consciente, pero no podía hacer nada. Entonces vio a uno de sus guardias; se acercaba, se estaba agachando a su lado. Le sonaba, era uno de esos guardias que sueles ver pero que nunca recuerdas su nombre, era asiático. Se arrodilló ante él y le quitó sus gafas, acto seguido se las guardó en una bolsa.
––Gracias señor presidente. Ha sido usted de mucha ayuda. Ahora puede morirse tranquilo.

El guardia se fue y, entonces, empezó a sentir dolor. Ese incipiente dolor había comenzado justo al quitarle las gafas. ¡Así lo habían controlado! Su mente había sido manipulada a distancia. Todo era tan surrealista. Allí estaba él, o su cuerpo, desangrándose. Los coreanos le habían manejado para evitar el lanzamiento de las bombas atómicas y ganar tiempo. Qué juego más sucio. Poco a poco pudo mover mejor las extremidades, aunque notaba algún hueso roto. Su cara le dolía a rabiar. Sabía que era su fin. Consiguió gritar de dolor. Bramó con la mandíbula desencajada por el golpe mientras llegaban los primeros guardias para socorrerle. Se arremolinaron el torno a él, pero ya era demasiado tarde.
Más información sobre el proyecto MK-ULTRA aquí.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Práctica de CIE 8: Mejor historia de otro (700 palabras)

Esta historia sucedió hace mucho tiempo, cuando yo apenas contaba tres años de edad. Llegaba la Semana Santa y mis padres decidieron ir a Torrevieja con mis dos abuelas a tomar el sol y a descansar. Así que mi madre, muy previsora, llenó el coche de ropa para todos; y, como no sabíamos a qué hora llegaríamos, también preparó bastante comida (tortilla de patata, carne albardada...), no cabía ni un alfiler. Cuando llegamos, fue una odisea encontrar la urbanización entre la infinidad de ellas. Necesitamos dos horas para encontrar el lugar.

Por fin la encontramos, ya de noche. Mi familia se había citado con unos conocidos para que nos enseñaran dos adosados que quedaban libres. Las casas estaban distribuidas en cuadrados, con jardines pequeños y una fuente en el centro; y así, unas cuantas más, conformaban la urbanización. Mis padres fueron a ver los pisos mientras mis abuelas descansaban, aunque decían que no querían alejarse del automóvil, pero los conocidos contestaron que no tendrían ningún problema.

Fueron diez minutos. Mi parentela eligió el apartamento y volvían al coche a por el equipaje. Según se acercaban, mi madre iba articulando estas palabras: “¿Y las maletas?”. Cuando mi familia llegó al vehículo, vieron que estaba completamente vacío, nos habían dejado con lo que llevábamos puesto. Yo no tenía conciencia de lo que pasaba, era pequeño, pero mi pobre progenitora lloraba de rabia y de impotencia. Dejaron a mis abuelas conmigo en el adosado mientras mis padres iban a denunciar el robo a la Policía. Luego, por si fuera poco, a mí me dio un ataque de asma por la noche y, a falta del Terbasmín, me tuve que conformar con un Chupa-Chups. Los medicamentos del corazón de mi abuela también fueron hurtados.

Mi madre sólo quería volver a Bilbao y dar por finalizadas las vacaciones, ya que las únicas cosas que se salvaron ese día fueron la cámara de vídeo, que llevaba mi aita siempre colgada, y el dinero que, por suerte, guardábamos en la cartera. Sin embargo, tras discutirlo un rato, mi familia decidió quedarse lo que restaba de vacaciones: “Ya nos arreglaremos”, decían mis abuelas.

Domingo por la mañana, no teníamos de nada de comer; estaba todo cerrado excepto un Mercadona. Allí llegamos, cogimos dos carros y empezamos a cargarlos hasta arriba. Lo fundamental era la comida, pero también cepillos de dientes, gel, jabón… estábamos en la cola de la caja cuando mi madre se dio cuenta de que no había comprado Jamón York. Pidió a mi padre y a mis abuelas que permanecieran conmigo mientras ella iba a la charcutería. Al de cinco minutos le ve llegar y éste le pregunta: “¿Está Andoni contigo?”. A mi madre por poco le da un mal. Lloraba mientras trataba de encontrarme yendo de un lado para otro. El supermercado un tamaño considerable, con dos puertas y amplios recovecos.

Cuando la cajera iba a denunciar la desaparición por megafonía, yo aparecí de debajo de uno de los carros, que iban tan llenos que no se me veían. Mi mamá me abrazó desesperada, no sabía si matarme o comerme a besos; afortunadamente, optó por lo segundo.

Después de tantas desdichas, algo bueno nos iba a pasar. En la caja había una promoción de jabón Dove y mi abuela Puri lo compró, dándole un numerito que, si coincidía con la terminación de la lotería del día siguiente, nos devolverían el importe de la compra. Pues, no sé si por gracia divina o algo similar, pero tocó, por lo que recuperamos las 30.000 pesetas gastadas el día anterior.

Durante los días siguientes, ya más tranquilos, mis padres fueron a la Policía para ver si aparecían los carnets, las cartillas del médico, las maletas… no apareció nada. Nos hicimos con un par de prendas, medicamentos para mis abuelas y otras cosas imprescindibles. Tampoco hizo buen tiempo, más bien frío. Así que, visto lo visto, al de pocos días metimos las pocas cosas que nos quedaban en las bolsas de plástico del super y pusimos rumbo de nuevo a Bilbao, deseando no volver nunca más a “ese pueblo de mierda”, como mi familia lo conoce ahora.