Esta historia sucedió hace mucho tiempo, cuando yo apenas contaba tres años de edad. Llegaba la Semana Santa y mis padres decidieron ir a Torrevieja con mis dos abuelas a tomar el sol y a descansar. Así que mi madre, muy previsora, llenó el coche de ropa para todos; y, como no sabíamos a qué hora llegaríamos, también preparó bastante comida (tortilla de patata, carne albardada...), no cabía ni un alfiler. Cuando llegamos, fue una odisea encontrar la urbanización entre la infinidad de ellas. Necesitamos dos horas para encontrar el lugar.
Por fin la encontramos, ya de noche. Mi familia se había citado con unos conocidos para que nos enseñaran dos adosados que quedaban libres. Las casas estaban distribuidas en cuadrados, con jardines pequeños y una fuente en el centro; y así, unas cuantas más, conformaban la urbanización. Mis padres fueron a ver los pisos mientras mis abuelas descansaban, aunque decían que no querían alejarse del automóvil, pero los conocidos contestaron que no tendrían ningún problema.
Fueron diez minutos. Mi parentela eligió el apartamento y volvían al coche a por el equipaje. Según se acercaban, mi madre iba articulando estas palabras: “¿Y las maletas?”. Cuando mi familia llegó al vehículo, vieron que estaba completamente vacío, nos habían dejado con lo que llevábamos puesto. Yo no tenía conciencia de lo que pasaba, era pequeño, pero mi pobre progenitora lloraba de rabia y de impotencia. Dejaron a mis abuelas conmigo en el adosado mientras mis padres iban a denunciar el robo a la Policía. Luego, por si fuera poco, a mí me dio un ataque de asma por la noche y, a falta del Terbasmín, me tuve que conformar con un Chupa-Chups. Los medicamentos del corazón de mi abuela también fueron hurtados.
Mi madre sólo quería volver a Bilbao y dar por finalizadas las vacaciones, ya que las únicas cosas que se salvaron ese día fueron la cámara de vídeo, que llevaba mi aita siempre colgada, y el dinero que, por suerte, guardábamos en la cartera. Sin embargo, tras discutirlo un rato, mi familia decidió quedarse lo que restaba de vacaciones: “Ya nos arreglaremos”, decían mis abuelas.
Domingo por la mañana, no teníamos de nada de comer; estaba todo cerrado excepto un Mercadona. Allí llegamos, cogimos dos carros y empezamos a cargarlos hasta arriba. Lo fundamental era la comida, pero también cepillos de dientes, gel, jabón… estábamos en la cola de la caja cuando mi madre se dio cuenta de que no había comprado Jamón York. Pidió a mi padre y a mis abuelas que permanecieran conmigo mientras ella iba a la charcutería. Al de cinco minutos le ve llegar y éste le pregunta: “¿Está Andoni contigo?”. A mi madre por poco le da un mal. Lloraba mientras trataba de encontrarme yendo de un lado para otro. El supermercado un tamaño considerable, con dos puertas y amplios recovecos.
Cuando la cajera iba a denunciar la desaparición por megafonía, yo aparecí de debajo de uno de los carros, que iban tan llenos que no se me veían. Mi mamá me abrazó desesperada, no sabía si matarme o comerme a besos; afortunadamente, optó por lo segundo.
Después de tantas desdichas, algo bueno nos iba a pasar. En la caja había una promoción de jabón Dove y mi abuela Puri lo compró, dándole un numerito que, si coincidía con la terminación de la lotería del día siguiente, nos devolverían el importe de la compra. Pues, no sé si por gracia divina o algo similar, pero tocó, por lo que recuperamos las 30.000 pesetas gastadas el día anterior.
Durante los días siguientes, ya más tranquilos, mis padres fueron a la Policía para ver si aparecían los carnets, las cartillas del médico, las maletas… no apareció nada. Nos hicimos con un par de prendas, medicamentos para mis abuelas y otras cosas imprescindibles. Tampoco hizo buen tiempo, más bien frío. Así que, visto lo visto, al de pocos días metimos las pocas cosas que nos quedaban en las bolsas de plástico del super y pusimos rumbo de nuevo a Bilbao, deseando no volver nunca más a “ese pueblo de mierda”, como mi familia lo conoce ahora.
1 comentario:
¡Qué putada! A nosotras nos robaron una vez en Benidorm, pero afortunadamente no fue mucho. Eso sí, el disgusto que te llevas te jode un poco las vacaciones...
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