Paul siempre se levantaba a las diez de la mañana. Tal precisión no era gracias al despertador, sino que se debía a su perro Tom. Todos los días le despertaba lamiéndole los dedos de su mano, que quedaba sobresaliendo todas las noches de la cama. Tras esto, empezaba a saltar, a ladrar y a corretear por la habitación. Siempre hacía lo mismo a esa hora: era como un reloj; lo cual servía de utilidad para llegar pronto a clase.
Tom estiró con fuerza de la manga del pijama a su dueño y éste empezó a salir de su modorra con dificultad. El chucho comenzó a ladrar con fuerza y a revolcarse por la moqueta.
––Veo que tienes muchas ganas de salir, ¿eh? ––señaló Paul.
El adolescente soñoliento se fue poniendo con parsimonia la ropa para bajar a la cocina. Sus padres le esperaban allí. Su madre estaba cocinando mientras su padre hundía tranquilamente los cereales en la leche con la cuchara.
––¿Qué tal está hoy mi chico? ––le preguntó su madre.
––Muy bien. Más tranquilo después de hacer el examen. Siento que me he quitado un gran peso de encima.
––Me alegro. Hoy a descansar, te lo has ganado.
––¿Puedo llevar a Tom al parque? Creo que tiene muchas ganas de salir.
––Sí, últimamente está que no para quieto; será mejor que lo lleves a dar una vuelta.
Al oír eso, Tom se puso muy contento y empezó a saltar de alegría. Al fin podría estirar las patas. Llevaba encerrado en la casa una semana debido al infernal examen de Paul.
Tom estiró con fuerza de la manga del pijama a su dueño y éste empezó a salir de su modorra con dificultad. El chucho comenzó a ladrar con fuerza y a revolcarse por la moqueta.
––Veo que tienes muchas ganas de salir, ¿eh? ––señaló Paul.
El adolescente soñoliento se fue poniendo con parsimonia la ropa para bajar a la cocina. Sus padres le esperaban allí. Su madre estaba cocinando mientras su padre hundía tranquilamente los cereales en la leche con la cuchara.
––¿Qué tal está hoy mi chico? ––le preguntó su madre.
––Muy bien. Más tranquilo después de hacer el examen. Siento que me he quitado un gran peso de encima.
––Me alegro. Hoy a descansar, te lo has ganado.
––¿Puedo llevar a Tom al parque? Creo que tiene muchas ganas de salir.
––Sí, últimamente está que no para quieto; será mejor que lo lleves a dar una vuelta.
Al oír eso, Tom se puso muy contento y empezó a saltar de alegría. Al fin podría estirar las patas. Llevaba encerrado en la casa una semana debido al infernal examen de Paul.
El parque era el único espacio verde de la ciudad. Mucha gente llevaba allí a sus perros para que paseasen, jugasen y se relacionaran con otros perros. La gran mayoría de habitantes de Dharmaville City tenían uno. Eran la mejores mascotas del mundo, y las únicas. La contaminación, la superpoblación y sobre todo la Tercera Guerra Mundial habían acabado prácticamente con todos los animales a excepción de los perros. Aún quedaban muchos vivos, pero en zonas donde no interesaba, partes recónditas del mundo en las que no valía la pena vivir.
––¡Vaya! Qué can tan bonito tienes, Paul ––dijo Leela.
Era Leela, compañera del colegio. No era ni la chica más popular ni la más rara. Aun así tenía un halo especial. Una esencia que hacía de ella una gran muchacha. Desde siempre, Paul se había sentido atraída por ella, aunque él era demasiado tímido como para decirle nada.
––Gracias ––contestó orgulloso––. Lo cuido muy bien. El tuyo también está genial.
––La tuya ––corrigió––. Es hembra.
––¡Ah! No me he dado cuenta. Sí... las hembras tienen...
––Sí, como tetillas... ––dijo la chica con timidez.
No continuó la frase al ver que ambos estaban poniéndose colorados de la vergüenza. Acto seguido los dos se pusieron a reír.
Sus respectivos perros estuvieron jugando un rato por el parque mientras los dos tortolitos charlaban sobre el examen que habían tenido el día anterior. Apenas se apartaban la mirada uno del otro, y esto fue aprovechado por los dos perros para esconderse de sus dueños y tener un lugar de intimidad entre los arbustos. Allí se escondieron y empezaron a articular palabras de forma inteligible.
––Es seguro. Aquí podemos charlar ––dijo Tom.
––Hacía mucho tiempo que no hablaba... ––contestó Jenny, la perra.
––Sí. A muchos les pasa.
––Conozco a uno que tiene un amigo que ya ha dejado de hablar, se le ha olvidado completamente.
––Es lo que pasa si no conversas con nadie.
––Pero ya sabes que pasaría si nos viesen conversando aquí, como si nada.
––Lo sé. Informarían a los guardias y nos ejecutarían. Odio esas estúpidas reglas, nos tratan como si fuésemos perros, joder. Como si nos gustase ser las mascotas de los jóvenes de ahora.
Paul y Leela buscaban a sus perros entre la fronda del parque. Apartaron un par de ramas y allí les vieron. Observaron detenidamente como movían sus bocas y articulaban sonidos. Sus canes estaban departiendo en su mismo idioma.
––¿Cómo es que podéis...? ––preguntó Paul, incrédulo.
––Por favor... ––comenzó Tom––. No se lo digáis a nadie. Nos matarían.
––¿Qué? ¿Por qué?
––Lo tenemos prohibido ––dijo nerviosa Jenny.
––No entiendo nada... ¡habláis! ––exclamó Leela.
––Tu raza nos prohibió hablar hace muchos años. Desde entonces nos comunicamos en secreto. Tratamos de ser discretos. Muchos han sido detenidos y fusilados por ello.
––Y yo que pensaba que erais simples mascotas de compañía ––comentó Paul.
––¿Simples mascotas? ––el comentario molestó un poco al perro––. Déjame decirte algo. Nosotros estamos aquí millones de años antes que vosotros. Hemos pasado por mucho. Guerras, caos, pérdidas. Construimos un gran imperio. Pero llegasteis vosotros y acabasteis con él. ¡Pum! Todo se deshizo. Nuestra raza perdió la lucha y fin.
Paul llegó a casa esa tarde bastante desconcertado. Una de sus verdades inquebrantables se había desplomado como un castillo de naipes. Los chuchos antes eran una raza muy superior que luchó contra ellos. No se lo podía creer. Hasta tenían un lenguaje propio que fue robado por sus antepasados. Prometió a Tom no contar nada a nadie, aun así debía ahondar más en el tema, le picaba la curiosidad. Fue a donde su padre, que había leído mucha historia. Trató de sonsacarle información durante la hora de la comida.
––Papá... ¿qué sabes de los perros?
––¿A qué te refieres? ––contestó su padre dubitativo, mientras cortaba la carne con tranquilidad.
––A su pasado.
––No sé... siempre han sido mascotas. Animales de compañía que nos ayudaban. Bueno, en el pasado no. Antes nos los comíamos. Tras la guerra no quedaba mucho que comer.
––Yo me refiero a su inteligencia. ¿Antes eran listos? ––Paul bebió un sorbo de zumo.
––Hay rumores... se dice que eran una civilización muy avanzada y que tenían un gran imperio. Que los perros controlaban todo el planeta. De hecho, hay teorías que afirman que nuestro lenguaje proviene del suyo. Muchos científicos dijeron que, entre ellos, se hacían llamar...
––¿Cómo? ––preguntó interesado el niño.
––¿Cómo dijeron? ––el padre pensó durante un momento hasta que se acordó de la respuesta––. ¡Humanos! Así es. Antes se llamaban humanos ––vio que el vaso de Paul estaba vacío––. ¿Un poco más de zumo?
5 comentarios:
¡¡Por fin lo he leído!! Jaja, tienes una paranoia en la cabeza...
Por cierto, un truco para poner rayas en blogger es coger un guion y ponerlo en grande. ;-)
También se pueden copiar los guiones del Word (copy-paste), y así no se te descuadran las líneas ^^
Mi comentario es estrictamente literario: ¡me encanta este cuento! Es tan... tan... ¡andonístico! :D
He dicho.
Ayyy, es que me da pereza ir una por una quitando las rayitas.
A ver si estos días escribo y subo más relatos andonísticos al blog. Ya que apenas tengo cosas interesantes que contar qué mejor que un poco de ficción para entretener a las masas xDD
jaja es genial!! me encanta el final!
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