jueves, 15 de abril de 2010

Relato - El doble de Ballard (2ª parte)

Ballard se despertó en mitad de la noche. Su corazón palpitaba fuertemente y le dolía el costado izquierdo. Se levantó la camiseta y vio la gran cicatriz donde tiempo atrás se situaba su hermano. Extrañamente lo sentía más cercano que nunca desde que se había ido. En ese momento tuvo un presentimiento. Sabía que estaba cerca, que lo observaba. Se quedó sentado en la cama, mirando fijamente la puerta de su habitación. Esperaba que de repente apareciese su hermano, dispuesto a matarlo a cuchilladas, pero no pasó nada. Se quedó en silencio en la oscuridad.

La noche había sido larga. Consiguió dormir algo debido al gran cansancio que sentía. Cuando llegó a comisaría el jefe Powell le estaba esperando en su mesa.

–Ballard, tenemos trabajo –Se levantó y le condujo a su despacho.

–Señor, hablé con el médico...

–De eso quiero hablarte, siéntate.

Ballard se sentó y miró a Powell. Percibía cierta negatividad en su forma de hablar.

–Esta mañana han encontrado al médico asesinado en su casa. El mismo modus operandi.

–¿Alguien vio algo...?

–Al parecer vieron a alguien con sombrero y ropa negra rondar por la casa.

–¿Seguro que no era una careta o algo parecido?

–Me da igual si es tu hermano o un tío con una máscara, sólo quiero que lo encontréis.

–¿Por qué no me mata de una vez? –Ballard se sentía desesperado ante la situación, quería respuestas. Si no era su hermano quería saber quién estaba haciendo aquello y sobre todo por qué.

–Está jugando contigo. Quiere divertirse antes de matarte. Quiere verte sufrir.

–¿Sabe qué es lo más irónico?

–¿Qué?

–Que eso es justo lo que haría mi hermano.



Ballard y Roth se pasaron toda la tarde con el equipo forense buscando alguna pista en la casa del médico asesinado. El cadáver había sido acuchillado varias veces por la espalda y en su pecho podía verse el nombre de Ballard escrito con mal pulso.

–El asesino tiene que haber dejado algo... –Ballard estaba nervioso, algo se le escapaba.

–Usted es el hermano del supuesto asesino, ¿verdad? –preguntó Miranda, la forense, que se encontraba examinando el cadáver.

–Ha corrido rápido el caso por la oficina por lo que veo.

–Hay algo... Bueno, usted tiene la pistolera en el costado derecho, así que supongo que es diestro.

–Sí, lo soy. Cuando tenía a mi hermano no podía usar la mano izquierda. Pero él era zurdo.

–Pues el que ha hecho esto es zurdo. He examinado las hendiduras de las puñaladas y se hunden hacia el lado derecho, es decir, que vinieron desde la izquierda –explicó la chica.

–Joder –Ballard sintió un nudo en el estómago.

–Creí que eso era bueno –preguntó la forense al ver la mala cara del policía.

–Sí, ¿qué te pasa ahora? –añadió Roth.

–Al final va a ser verdad que mi hermano gemelo diabólico anda suelto por la ciudad. Suena tan de locura –rió.

Cuando llegó a su casa estaba al borde de la extenuación, esperaba dormir algo ya que si no, no podría seguir investigando. Se metió en la cama y su cicatriz comenzó a arder.

Su cuerpo ardía. Su hermano también. Varias llamas le habían alcanzado y trataba desesperadamente de salir del apartamento por la salida de incendios.

–¡¡No podemos dejar a papá y a mamá allí!! –gritó Jim.

Dany luchaba por apagar el fuego que le abrasaba medio rostro y el brazo izquierdo. Se movía en todas direcciones. Salieron a la escalera mientras su hermano daba golpes a todas partes para tratar de apagar el fuego. Eso hizo que la vieja escalera se moviera. Rapidamente empezó a bajar las escaleras todo lo rápido que pudo mientras Jim le gritaba al oído que volviese. Estaban ya casi en el suelo cuando la escalera se vino abajo. Los dos hermanos cayeron en el patio interior entre decenas de trozos de metal. Jim cayó sobre su hermano y este sobre su brazo izquierdo.

–¡Mi brazo! –lloriqueaba. Estaba roto.

–¡Eres un hijo de puta! –soltó el taco más fuerte que conocía un niño de diez años de Nueva Jersey –¡Que te jodan!

En el suelo vio un trozo de ladrillo roto debido al derrumbamiento de la escalera. Lo agarró y golpeó a su hermano en la cabeza. Su hermano gritó. Entonces decidió volverlo a hacer. Lo hizo otra vez, y otra, y otra. Cuando la cabeza de su hermano se hubo llenado de sangre paró y trató de buscar ayuda para él. No pretendía hacerle daño, pero su ira hacia él era enorme, y estaba creciendo. Un odio desmedido se fue formando en su mente. Dany quedó inconsciente y Jim trató de buscar una ambulancia.


–Sabía que no podíamos fiarnos de ese asesino psicópata de Ballard –gritó Roth entrando en el despacho del jefe Powell.

–¿De qué me estás hablando?

–Nos ha mentido desde el principio. Mira.

Roth dejó sobre la mesa unos papeles.

–¿Qué es esto?

–Los análisis del café con el que supuestamente su hermano le durmió mientras mataba a Hawks. Da negativo. No había ninguna sustancia somnífera.

Powell miró los papeles. Luego miró a Roth.

–Llama al equipo.


Ballard se levantó en mitad de la noche sudando. Otra vez las putas pesadillas, sólo que esta vez recordó algo que había olvidado hace mucho tiempo. Él mató a su hermano, no por accidente al caer encima de él, sino que lo mató queriendo, enfurecido, lleno de odio. Era un odio recíprocó. Comprendió que si no lo mataba, él lo mataría tarde o temprano. Se incorporó de la cama y algo cayó al suelo. Encendió la lampara y lo vio. Era un cuchillo lleno de sangre. Sus manos también estaban cubiertas de sangre.

Corrió al baño a lavarse y en el espejo vio un nombre escrito con sangre. El suyo. Ballard. Asustado se giró y vio que no había nadie tras él. Volvió al dormitorio a coger su pistola y vio su vieja cámara de video encima de la mesilla. Alguien la había estado usando. Tras coger su arma inspeccionó la casa. Miró en el salón y vio el televisor encendido, y al lado una cinta de video. La cinta de video pertenecía a la cámara. Decidió aventurarse a poner la cinta.

En la pantalla apareció él vestido de negro. Estaba en el mismo salón en el que estaba ahora.

–Hola, Jim. Soy tu hermano Dany. Sí, el hermano al que mataste –Su tono sonaba muy burlesco, casi irónico, muy típico de su hermano. –No tuve la oportunidad de darte mi enhorabuena, al final lo conseguiste, te quedaste con mi cuerpo. Pero te odio, te dije que si alguna vez me robabas lo que era mío te mataría –empezaba a enfurecerse–. He vivido veinte putos años metido en tu cabeza, tratando de poder escapar de tu mente. ¿Sabes?, al final encontré una vía, una forma de volver a mi cuerpo, pero sólo funcionaba cuando estabas dormido.

–Hijo de puta...

–Seguiré matando a gente hasta que no me des lo que es mío. Simplemente quiero que te duermas y que no trates de despertarte, yo me ocuparé del resto. Te prometo que no mataré a nadie más, sólo quiero lo que yo no he podido tener durante veinte años, quiero una vida. ¿Acaso no es mucho pedir? Tú ya has tenido tu tiempo y no has hecho nada con ella. Yo puedo hacer algo grande con nuestro cuerpo, ¿qué me dices? Puede que hasta te hagas famoso conmigo.

–Deja de manipularme, hijo de puta.

Ballard no se lo podía creer: estaba hablando con su hermano encerrado en su mente. Pero no iba a volver a dejar que lo manipulase, esta vez no.

–Volveremos a ser hermanos de nuevo, te dejaré algo de libertad si quieres, claro, pero me tendrás que dejar las riendas de nuestra nueva vida juntos. Vamos. Confía en mí.

Ballard se introdujo el cañón de la pistola en la boca. Fue a disparar. De sus ojos empezaron a brotar lágrimas de angustia. No sólo se estaba matando él, sino que volvería a matar a su hermano. Lo odiaba, pero no quería volver a matar a alguien de su misma sangre.

–Mamá y papá querrían que nos llevásemos bien y que viviésemos una gran vida. Hazlo por ellos, no querrían todo este sufrimiento.

Ballard lloró. Se sacó su pistola de la boca.

–Está bien, tú ganas –contestó entre sollozos–. No quiero seguir luchando –Se rindió. No quería matar a nadie, y menos a él mismo.

De pronto sonó un estruendo proveniente de la puerta y varios policías aparecieron en tropel en el salón. Roth y Powell iban con ellos. A Ballard todo esto le pilló por sorpresa y no supo cómo reaccionar. Apuntó a los policías con su arma de forma instintiva, en ese momento ni se había dado cuenta de que eran policías. Varias balas le atravesaron el pecho. Apenas puso vislumbrar algo a través de sus ojos llorosos. Dejó de sentir su cabeza, su mente, sus músculos. Todo se volvió negro y la puerta de la prisión se abrió.


Dany abrió los ojos, aquello parecía un hospital.

CONTINUARÁ...

1 comentario:

Anónimo dijo...

simplemente avisa cuando vayamos a rodarlo =)