Miré a mi alrededor. Las luces del salón estaban apagadas. No había nadie. Más bien no veía a nadie, porque tenía el claro presentimiento de que allí había alguien. Me moví con lentitud por la habitación tratando de hacer el menor ruido posible y descubrirle. El sonido de la madera bajo mis pies era suficiente para delatar mi posición. Fui lo más rápido posible a la cocina, zona de azulejos, donde mis pisadas dejaron de tronar.
Una vez en la cocina miré por la ventana. Afuera se respiraba calma. Era la típica noche de verano de un barrio tranquilo, en una ciudad tranquila, sin apenas vecinos. La mayoría se encontraban de vacaciones en lugares exóticos. Yo no, yo debía quedarme aquí a trabajar. En el exterior de la casa no parecía haber nadie.
Unos crujidos procedentes del pasillo que conectaba con la sala de estar me alarmaron. Debía hacer algo. Miré a mi alrededor; la cocina tenía un tamaño considerable. Abrí un cajón y vi un montón de cubiertos. Cogí el cuchillo más grande y más afilado con el que me topé y, acto seguido, me escondí bajo la mesa. Cada vez podía oír con más intensidad las inquietantes pisadas. Se dirigían a la cocina. Mi cuerpo se estremeció de repente. Alcé el puntiagudo cubierto, pero mi mano temblaba.
Me hallaba agazapado debajo de la mesa en una postura incómoda. Un músculo se me tensó y mi cuerpo reaccionó como no debía. Me estiré de forma automática fruto del acto reflejo producido por el dolor muscular y mi cabeza golpeó un poco la parte de arriba del mueble. Entonces los pasos se detuvieron de repente. Dejé de escuchar los crujidos en el suelo de madera. Mierda, me había oído. ¿Qué opción tenía? Recé por que no tuviese un arma, no me apetecía morir. Podría haber salido, acuchillado al tipo y haber huido lo más rápido posible, pero no. El miedo me contuvo, me dejó paralizado. El temor me estremeció y un frío me recorrió todo el cuerpo. Era la primera vez que me encontraba en una situación como esta y sabía que no sería la última.
Las pisadas continuaron. El individuo avanzaba paulatinamente. Entonces dejé de oír sus pasos. No porque se hubiese parado, sino porque ahora pisaba sobre baldosas. Estaba en la cocina. Se encontraba en la misma habitación que yo. Me iba a descubrir, de eso no cabía ninguna duda. Agarré el cuchillo con fuerza y miedo; en cuanto asomase la cabeza, se lo clavaría con todas mis fuerzas en su ojo. Nunca había matado a nadie, pero hoy era un buen día para empezar.
Vi sus pies. Se pararon frente a mí. El hombre se detuvo junto a la mesa. Así estuvo varios segundos, los cuales a mí me parecieron horas, y luego se fue por donde vino. Gracias a Dios, me quedé más tranquilo. Aun así seguía inquieto, no sabía qué hacer ahora: ¿salir?, ¿quedarme más tiempo escondido?, ¿largarme y a la mierda todo? Decidí ser cauto: esperé varios minutos debajo de aquella mesa sentado en el frío suelo embaldosado.
Cuando lo vi oportuno, salí de mi cobijo y, lentamente, caminé hacia el pasillo. Abrí poco a poco la puerta del dormitorio y allí estaba el individuo, dormido en su cama. Me acerqué a él sigilosamente con el puñal en alto. El jodido suelo de madera volvió a emitir su característico ruido y pude ver cómo mi víctima abría los ojos. Justo en ese momento le clavé el puñal en su estómago mientras le tapaba la boca con mi mano derecha. Cuando dejó de moverse me aparté de él. Me fui de la casa no sin antes haberle robado todos los objetos de valor que pude. Había sido mi primer robo, toda una aventura. Espero no pasarlo tan mal en mis próximos golpes.
1 comentario:
Me acuerdo de tu cara cuando te dije, al acabar: "¿Se supone que no tenía que saber hasta el final que el protagonista es un ladrón?" XD
Pero está jarto.
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